La palabra suicidio no debería existir en el lenguaje de una niña de nueve años. Tampoco la orfandad y la pobreza extrema. Pero el nombre de Alberchy Santana se vincula a todas esas tragedias junto a la tragedia que fue su propia vida. Una vida breve que terminó con una sobredosis de medicamentos en una escuela insalubre junto a una maestra sin título, que le sacó cuatro pastillas de la boca y trató de salvarla con un vaso de leche, mientras la niña agonizaba sobre un viejo banco de madera.
Alberchy no conoció a su papá. Lo mataron antes de que naciera. Un tío de la niña dice que fueron unos desconocidos, pero vecinos del sector aseguran que fue la Policía. La madre murió cuatro años más tarde cuando Alberchy tenía cinco años. De la enfermedad que la mató también hay versiones distintas. La de la familia es cáncer vaginal.
Mientras para su tío se trataba de una niña juguetona, como cualquier otra, y asegura que no hay culpables, que todo se trató de un accidente, la profesora dice que encontró en la mochila de la pequeña los recordatorios de las misas de sus padres y que Alberchy era una niña triste, aunque no lloraba, que le ocasionaba problemas. Se escapaba de la escuela cuando, al igual que a los otros niños, les permitía salir durante la hora del recreo a comprar merienda. Así que optó por pedirle a la abuela que le comprara a la niña lo que esta fuera a comer de manera que no tuviera que salir a la calle.
Alberchy no tenía papeles, dice la maestra, y le llamaba tío a todos los hombres.
La casita de zinc, echa a remiendos, donde la niña vivía junto a su abuela, resultó pequeña para albergar a los vecinos que acudieron al velatorio de Alberchy. La niña traviesa que se les colaba en la casa, estaba ahora quieta, con la piel más oscura, producto de la intoxicación que le causó la muerte, y bajo un ramo de rosas colocado sobre el cristal de su ataúd.
Dichosa Heredia, un nombre que parece una ironía para una mujer que primero perdió a su hija y luego a su nieta, cuenta que el día que la niña se tomó las pastillas ella tuvo un presentimiento, sabía que algo malo pasaba. “Estaba haciendo una sopa y sentí un frío en la espalda, como un susto en el pecho”, dijo.
Sentada en una silla plástica, en la puerta de la casita de madera de la manzana 1, calle primera, parte atrás, en el Ensanche Isabelita, donde vivía y ayer eran velados los restos de la menor, Dichosa era consolada por algunos familiares y vecinos mientras aseguraba que ha perdido a “su única compañía”.
Ahogada por el llanto, casi sin poder hablar, la abuela que asumió la crianza de la niña huérfana dice que nunca la llamaron de la escuela, que ella fue a buscarla, como todos los días, pero que un poco más temprano porque presentía algo. “Cuando llegué, la encontré en un banco acostada, la profesora me dijo que la vio rara y después se desmayó, que le sacó unas pastillas de la boca y que le dio leche, pero por más que la llamé no abría los ojos y ahí yo también me puse mala y salí corriendo a llamar gente”.
Cuenta que inmediatamente los vecinos del lugar salieron en su auxilio y que uno de ellos la llevó a emergencias de Hospital Darío Contreras, donde recibió atenciones y luego la refirieron al Robert Reid Cabral, allí permaneció por ocho días, hasta su deceso el pasado lunes.
Dichosa reconoció que “las pastillas eran mías, me las dieron en un operativo médico para el dolor del cuerpo”. Asegura que guardaba las pastillas en una gaveta y que no se dio cuenta cuando su nieta las tomó.
Desde que nació, Alberchy Santana vivía con su abuela, en los próximos días su madre biológica cumplirá 4 años de fallecida a causa de cáncer vaginal, mientras que su padre murió a manos de desconocidos, cuentan sus primas lejanas Julissa Santana y Nancy Santana.
“Fue una accidente, no hay culpables, era una niña que no sabía lo que hacía”, así explica lo sucedido Francisco Reyes, tío de la niña, quien narra que era “una niña como todos los niños, muy juguetona”, a la cual quiso y trató como una más de sus hijos.
Francisco comenta que la profesora les dijo que ella tenía una quemadura de motor en una pierna y que la vio poniéndose una pastilla, pero alega “yo la revisé en el hospital y Alberchy no tenía nada en su cuerpo”.
Expresó que si no estaba en la casa con su abuela, estaba en la suya con sus primitos, sus hijos, jugando, entretenida siempre con la computadora o viendo el televisor.
En la escuela
El anexo de una casucha sin pintar, con butacas deterioradas, pizarrón improvisado, rodeado de gallinas, gallos, perros y gatos es el lugar donde funciona la escuela “El Arca”, propiedad de Martha Paulina Peláez Rodríguez, de 65 años de edad, quien dice ser maestra de vocación, pero no posee ningún título. Ahí estudiaba Alberchy Santana.
Todos los días, desde las 8 de la mañana Martha recibe 25 niños de diversas edades, de escasos recursos, a los que cuida y enseña a leer y a escribir mientras sus padres trabajan, la mayoría hijos de madres solteras, empleadas de casas de familia que pagan entre 300 y 400 pesos, cuyos niños en su mayoría no han sido declarados.
El lunes primero de febrero, Martha cuenta que recibió a los niños como de costumbre e igual que siempre pidió a Dichosa que no le dejara dinero a la niña porque en el recreo, cuando los niños salen al colmado de al lado a comprar sus meriendas, ella se le escapaba que “era una niña muy inquieta, la tenían aquí porque nadie la aceptaba en ninguna escuela, además ella no tenía papeles. Siempre se me iba, le decía tío a todos los hombres y yo no quería problemas”.
“Yo le vi las pastillas en las manos y le dije que dejara eso, pero ella no me hizo caso. Cuando volví a mirar, ella se estaba poniendo las pastillas en una quemadura que tenía en la pierna, que se hizo con un motor, me puse atender a otros niños y de repente uno de los amiguitos me dice que la mire y cuando miro ella está caminado como que se está cayendo, cuando fui a ver que tenía me di cuenta que tenía algo en la boca y le metí los dedos”, describe Martha.
Hasta este punto Martha dice que solo pensó en sacarle las pastillas de la boca y darle leche. Procedió acostarla en un banco “porque yo no tengo fuerzas para cargarla, yo soy una vieja, en eso llegó la abuela y llamamos a todo el mundo”.
Prosigue diciendo: “La abuela se puso mala, yo creo que algunos vecinos llamaron al número que llaman para que venga una ambulancia, pero nos desesperamos y yo tuve que irme con un vecino para el hospital”.
Con una de sus nietas de 8 meses en brazos, Martha reflexiona y dice “yo sé que esa niña estaba falta de amor, el día que se puso mala le encontré en la mochila un recordatorio de su papá y el de su mamá, muchas veces traía velones dizque para prendérselo a sus padres para que la cuiden. A veces se ponía triste de repente, no lloraba, pero se notaba que algo le pasaba”.
Nancy, tía de la niña, expresó que una de las pastillas que lograron sacarle de la boca fue analizada por los médicos y el informe reveló que se trababa de un compuesto de acetaminofén, cafeína, butalbital, el cual sirve para calmar dolores musculares y reducir la fiebre.
Alberchy no conoció a su papá. Lo mataron antes de que naciera. Un tío de la niña dice que fueron unos desconocidos, pero vecinos del sector aseguran que fue la Policía. La madre murió cuatro años más tarde cuando Alberchy tenía cinco años. De la enfermedad que la mató también hay versiones distintas. La de la familia es cáncer vaginal.
Mientras para su tío se trataba de una niña juguetona, como cualquier otra, y asegura que no hay culpables, que todo se trató de un accidente, la profesora dice que encontró en la mochila de la pequeña los recordatorios de las misas de sus padres y que Alberchy era una niña triste, aunque no lloraba, que le ocasionaba problemas. Se escapaba de la escuela cuando, al igual que a los otros niños, les permitía salir durante la hora del recreo a comprar merienda. Así que optó por pedirle a la abuela que le comprara a la niña lo que esta fuera a comer de manera que no tuviera que salir a la calle.
Alberchy no tenía papeles, dice la maestra, y le llamaba tío a todos los hombres.
La casita de zinc, echa a remiendos, donde la niña vivía junto a su abuela, resultó pequeña para albergar a los vecinos que acudieron al velatorio de Alberchy. La niña traviesa que se les colaba en la casa, estaba ahora quieta, con la piel más oscura, producto de la intoxicación que le causó la muerte, y bajo un ramo de rosas colocado sobre el cristal de su ataúd.
Dichosa Heredia, un nombre que parece una ironía para una mujer que primero perdió a su hija y luego a su nieta, cuenta que el día que la niña se tomó las pastillas ella tuvo un presentimiento, sabía que algo malo pasaba. “Estaba haciendo una sopa y sentí un frío en la espalda, como un susto en el pecho”, dijo.
Sentada en una silla plástica, en la puerta de la casita de madera de la manzana 1, calle primera, parte atrás, en el Ensanche Isabelita, donde vivía y ayer eran velados los restos de la menor, Dichosa era consolada por algunos familiares y vecinos mientras aseguraba que ha perdido a “su única compañía”.
Ahogada por el llanto, casi sin poder hablar, la abuela que asumió la crianza de la niña huérfana dice que nunca la llamaron de la escuela, que ella fue a buscarla, como todos los días, pero que un poco más temprano porque presentía algo. “Cuando llegué, la encontré en un banco acostada, la profesora me dijo que la vio rara y después se desmayó, que le sacó unas pastillas de la boca y que le dio leche, pero por más que la llamé no abría los ojos y ahí yo también me puse mala y salí corriendo a llamar gente”.
Cuenta que inmediatamente los vecinos del lugar salieron en su auxilio y que uno de ellos la llevó a emergencias de Hospital Darío Contreras, donde recibió atenciones y luego la refirieron al Robert Reid Cabral, allí permaneció por ocho días, hasta su deceso el pasado lunes.
Dichosa reconoció que “las pastillas eran mías, me las dieron en un operativo médico para el dolor del cuerpo”. Asegura que guardaba las pastillas en una gaveta y que no se dio cuenta cuando su nieta las tomó.
Desde que nació, Alberchy Santana vivía con su abuela, en los próximos días su madre biológica cumplirá 4 años de fallecida a causa de cáncer vaginal, mientras que su padre murió a manos de desconocidos, cuentan sus primas lejanas Julissa Santana y Nancy Santana.
“Fue una accidente, no hay culpables, era una niña que no sabía lo que hacía”, así explica lo sucedido Francisco Reyes, tío de la niña, quien narra que era “una niña como todos los niños, muy juguetona”, a la cual quiso y trató como una más de sus hijos.
Francisco comenta que la profesora les dijo que ella tenía una quemadura de motor en una pierna y que la vio poniéndose una pastilla, pero alega “yo la revisé en el hospital y Alberchy no tenía nada en su cuerpo”.
Expresó que si no estaba en la casa con su abuela, estaba en la suya con sus primitos, sus hijos, jugando, entretenida siempre con la computadora o viendo el televisor.
En la escuela
El anexo de una casucha sin pintar, con butacas deterioradas, pizarrón improvisado, rodeado de gallinas, gallos, perros y gatos es el lugar donde funciona la escuela “El Arca”, propiedad de Martha Paulina Peláez Rodríguez, de 65 años de edad, quien dice ser maestra de vocación, pero no posee ningún título. Ahí estudiaba Alberchy Santana.
Todos los días, desde las 8 de la mañana Martha recibe 25 niños de diversas edades, de escasos recursos, a los que cuida y enseña a leer y a escribir mientras sus padres trabajan, la mayoría hijos de madres solteras, empleadas de casas de familia que pagan entre 300 y 400 pesos, cuyos niños en su mayoría no han sido declarados.
El lunes primero de febrero, Martha cuenta que recibió a los niños como de costumbre e igual que siempre pidió a Dichosa que no le dejara dinero a la niña porque en el recreo, cuando los niños salen al colmado de al lado a comprar sus meriendas, ella se le escapaba que “era una niña muy inquieta, la tenían aquí porque nadie la aceptaba en ninguna escuela, además ella no tenía papeles. Siempre se me iba, le decía tío a todos los hombres y yo no quería problemas”.
“Yo le vi las pastillas en las manos y le dije que dejara eso, pero ella no me hizo caso. Cuando volví a mirar, ella se estaba poniendo las pastillas en una quemadura que tenía en la pierna, que se hizo con un motor, me puse atender a otros niños y de repente uno de los amiguitos me dice que la mire y cuando miro ella está caminado como que se está cayendo, cuando fui a ver que tenía me di cuenta que tenía algo en la boca y le metí los dedos”, describe Martha.
Hasta este punto Martha dice que solo pensó en sacarle las pastillas de la boca y darle leche. Procedió acostarla en un banco “porque yo no tengo fuerzas para cargarla, yo soy una vieja, en eso llegó la abuela y llamamos a todo el mundo”.
Prosigue diciendo: “La abuela se puso mala, yo creo que algunos vecinos llamaron al número que llaman para que venga una ambulancia, pero nos desesperamos y yo tuve que irme con un vecino para el hospital”.
Con una de sus nietas de 8 meses en brazos, Martha reflexiona y dice “yo sé que esa niña estaba falta de amor, el día que se puso mala le encontré en la mochila un recordatorio de su papá y el de su mamá, muchas veces traía velones dizque para prendérselo a sus padres para que la cuiden. A veces se ponía triste de repente, no lloraba, pero se notaba que algo le pasaba”.
Nancy, tía de la niña, expresó que una de las pastillas que lograron sacarle de la boca fue analizada por los médicos y el informe reveló que se trababa de un compuesto de acetaminofén, cafeína, butalbital, el cual sirve para calmar dolores musculares y reducir la fiebre.
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